I. Decir lo
que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que
aconteció.
II. Decir la
verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando
siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no
es rentable.
III. Ser tan
objetivo como un espejo plano; la manipulación y aun la mera visión
especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada
con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al
periodismo. (Advierto que uso el primer adjetivo en la acepción,
para mí todavía viva, que la Academia se apresuró
-y pienso que también se precipitó- a considerar anticuada).
IV. Callar
antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara
de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
V. Ser independiente
en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.
VI. Aspirar
al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos
y las situaciones.
VII. Funcionar
acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial- ya
que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y
no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la coincidencia de
criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que
ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo),
ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado
son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer
toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas
y los artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante -dicho
sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente
olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas,
están cayendo los artículos literarios y de pensamiento
no político en el periodismo actual, español y no español.
VIII. Resistir
toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas,
familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia
empresa. (Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior.)
IX. Recordar
en todo momento que el periodista no es el eje de nada sino el eco de
todo.
X. Huir de
la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección
posibles y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar
a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista
inventándose el léxico y sembrando la página de voces
entrecomilladas o en cursiva!
XI. Conservar
el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniendo
siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
XII. No ensayar
la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar
jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio
y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo
la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despectiva palmadita
en la espalda.
Fuente: Segmento Conferencia
dictada durante la clausura del ciclo Comunicación y Sociedad en
el Siglo XXI, en la Universidad Camilo José Cela en mayo del 2001
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