Los relojes públicos son algo que todas las ciudades y localidades ostentan en algún lugar.
Por supuesto, casi todos funcionan mal. Están detenidos desde hace mucho tiempo o adelantan o atrasan de forma inverosímil.
Los relojes públicos quieran dar la sensación de que todo marcha en orden y las cosas están bien.
En realidad, más que la hora, señalan la inutilidad del tiempo.
En las grandes ciudades los relojes públicos son muy importantes. Porque todo está cuidadosamente cronometrado. Y el tiempo nunca alcanza. Siempre se hace tarde, y para evitarlo, hay que estar pendiente del desgranamiento de las horas, los minutos y los segundos.
¿Qué razón de ser tendrán los relojes públicos? ¿Ayudarán de alguna manera a quienes no portan uno en su bolsillo, en su muñeca o en su celular? ¿Acaso estos relojes nos dan la hora precisa para lo que tenemos que hacer a cada momento?
En realidad, si todos los relojes públicos estuviesen detenidos daría lo mismo. Llegaríamos tarde de todos modos. O con puntualidad. O demasiado temprano.
Pero los relojes públicos que se llevan el galardón son los que acompañan con sonidos las distintas horas del día.
Y están quedando pocos, pero que los hay, los hay. En general en las torres de algunas iglesias.
De todos modos, y a pesar de estas reflexiones intemporales, es bueno tener un reloj público en cada localidad.
Soldini tiene uno, por supuesto. Justo a la entrada del pueblo si uno viene desde el norte. Nos indica el instante justo en el que estamos ya llegando a casa.
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