Los argentinos que cargan en sus espaldas varias décadas seguramente recordarán las entoncs famosas libretitas de "ahorro postal".
Sin trámites difíciles ni vueltas, uno podìa comprar estampillitas y pegarlas en la libreta. Los fondos que se iban acumulando estampilla a estampilla, podían ser canjeados por efectivo contante y sonante en cualquier oficina del correo en cualquier parte del país (las había en todas las localidades).
El ahorro, en sí, es casi una cultura. Puede definirse como la conciencia de establecer un balance entre lo producido y lo consumido, de manera de que quede un excedente para uso en un futuro.
Y a fijarse que en esta explicación anterior no se hace necesariamente referencia a ahorrar dinero.
Incluso los animales e insectos hacen acumulación de alimentos para ser utilizados en temporadas de "vacas flacas".
Actualmente, nuestra sociedad está bastante alejada de la cultura del ahorro. Por supuesto muchos dirán: -"¿Y qué querés que ahorre si no me alcanza ni para llegar a fin de mes?". Y es cierto. Pero se refiere esta observación al aspecto monetario.
Lo cierto es que tampoco tenemos esta conciencia aplicada al concepto de ahorro en combustibles, energía, agua y otros recursos no renovables esenciales para la vida tal como la conocemos.
La que más se ha arraigado, más que la cultura del ahorro, es la cultura del consumo, tal vez en la eterna búsqueda de falsos satisfactores de nuestras reales necesidades que seguramente lejos están de la posesión de un nuevo celular inteligente o una costosa remera con el dibujito de un lagarto o cocodrilo.
Las consecuencias de olvidar la cultura del ahorro, rompiendo el balance mencionado anteriormente, han colaborado con crisis económicas como las de Grecia, Irlanda, España y también de nuestro país. En cambio, los países que han florecido y convertido en potencias, se caracterizaron por una fuerte cultura de ahorro que les permitió sobrellevar crisis de distinto origen. Incluso el llamado "milagro alemán" de la posguerra tuvo un gran apoyo por esta cultura ancestral. Saber guardar para tiempos de "vacas flacas".
Es necesario instaurar nuevamente en nuestro jóvenes (y adultos también) esta cultura olvidada. Y reconocer que el ahorro no solamente se trata de guardar monedas o dólares, sino que se trata de algo mucho más amplio y necesario. El simple hecho de apagar una lamparita cuando no resulta necesaria su iluminación es un simple ejemplo.
Finalmente, el ahorro es el esfuerzo de la disciplina y del esfuerzo, que colaboran en la mejora de la calidad de vida de las personas haciendo posible alcanzar "metas superiores".
Trabajemos todos para lograr reconstruír una Cultura del Ahorro.
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