A las 8 y 15 de la mañana de aquel fatídico 6 de agosto de 1945, un avión norteamericano arrojó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
Tres días después, a las 11 y dos minutos del 9 de agosto, una segunda bomba de plutonio era descargada sobre Nagasaki, nuevamente sobre población civil.
Esta atrocidad costó la vida a más de 300 mil personas, la mayoría mujeres, ancianos y niños, sin contar los miles de heridos y otros que han seguido muriendo hasta el día de hoy por efecto de la radioactividad.
Un mes después del bombardeo, a través de los escombros de las ciudades, en medio de la desolación causada por las armas nucleares, permanecían en pie los troncos de algunos árboles. Calcinados, pero vivos.
"Sobre todo, a través de los escombros de la ciudad, en las alcantarillas o techos caídos se podía apreciar un manto verde, optimista y fresco".
El periodista John Hersey relata así lo que vio en Hiroshima en septiembre de 1945, apenas un mes después del lanzamiento de la bomba.
En medio de la desoladora destrucción causada por un arma nuclear, se erguían los troncos de árboles calcinados, pero vivos. Caquis, gingkos, alcánfores y árboles de otras especies volvieron a germinar devolviendo la esperanza a los habitantes de Hiroshima y Nagasaki.
Uno de esos árboles, un caqui de Nagasaki, está ahora diseminando mensajes de paz en el mundo, en un proyecto del artista japonés Tatsuo Miyahima.
Semillas del árbol que sobrevivió en Nagasaki crecen hoy en más de 20 países, en un símbolo, según el artista, de la "fuerza de la vida".
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